Si algo nos ha recordado la convulsión mundial provocada por la pandemia del coronavirus es que no somos más que un grupo de criaturas pluricelulares vulnerables cuya supervivencia está a merced de entes microscópicos. Afortunadamente, siempre que a la sabia naturaleza se le antoja presionarnos con la selección darwiniana el ser humano contraataca con el intelecto. Ante las adversidades muestra su mejor cara y aparca, momentáneamente, los delirios de grandeza propios de su limitada existencia. Como prueba, uno de los mayores hitos de filantropía de nuestra trayectoria animal-racional que este ABGstories homenajea a continuación.
La 1ª vacuna de la historia
Las epidemias, con sus altos picos de mortalidad, episodios de confinamiento y pánico colectivo, no son nada nuevo. Desde la peste al SIDA, en todas hay tragedia. Desde la viruela, para todas hay esperanza.
En 1717, Lady Mary Wortley Montagu era una aristócrata inglesa casada con el embajador británico en el Imperio Otomano. En cuestión de meses, se convirtió en el detonante de la lucha contra la viruela en Occidente. Tras percatarse durante su estancia en Constantinopla, de las ventajas de la variolación que allí se hacía y cuyo conocimiento procedía de Asia, Lady Mary promovió la práctica predicando con el ejemplo. Inoculó a su hijo en 1718 y a su hija en 1721, en la considerada primera variolación en tierras anglosajonas.
A los vástagos de Montagu le siguieron seis prisioneros de la cárcel londinense de Newgate. Todos sobrevivieron. Acabar con la enfermedad fue la obsesión no solo de médicos titulados sino también de autodidactas, como el escocés John Williamson (apodado Johnnie Notions) quien completó 3.000 inoculaciones con éxito en las remotas islas Shetland entre 1770 y 1790.
Pero nadie revolucionaría el panorama sanitario como Edward Jenner. En 1796, varió ligeramente el tratamiento con su primer paciente, James Phipps, de 8 años. El médico introdujo en el niño viruela bovina, menos peligrosa que la humana, a partir de una muestra sustraída de la llaga del dedo de una lechera. El niño enfermó y se recuperó. Días después se le inoculó viruela humana. El pequeño se mostró inmune. La primera vacuna de la historia acababa de dar su primer gran paso.
Edward Jenner publicó su trabajo en 1798, pero no registró patente. Varias voces aseguran que prefirió no hacerlo para evitar encarecer la vacuna y, así, llegase a todo el mundo. Él mismo vacunó en su casa de forma gratuita a los más desfavorecidos. Una lección de filantropía que marcó tendencia.
La 1ª campaña de vacunación masiva
La entrada triunfal de la vacuna de la viruela en España se produjo en el año 1800. Lo hizo por Puigcerdà, de manos del doctor Francisco Piguillem i Verdacer. Seguidamente, la corte de Carlos IV la recibió con los brazos abiertos. Normal. En plena resaca de la Ilustración, las realezas de cuello intacto ya sabían que la sangre azul no era obstáculo para la viruela.
Todo apunta a que las bajas familiares de la corte pesaron mucho en el apoyo y propagación de los avances médicos no solo en España, sino en los territorios del imperio español. Era la época de las expediciones científicas como la de Malaspina, Jorge Juan y Mutis. Con el apoyo de Carlos IV y pagada con fondos públicos, en noviembre de 1803 la Real Expedición Filantrópica de la Vacuna zarpó de La Coruña en la corbeta María Pita. La misión: vacunar contra la viruela a la toda la población colonial. Salvador Fojón, miembro de la Sociedad Geográfica Española, define el viaje como “una gesta de logística y organización sorprendentes que, aún a día de hoy, sigue sin parangón”.
Tres nombres han pasado a la historia gracias a este hito científico. Los de los médicos militares Francisco Javier Balmis y José Salvany, y el de la primera enfermera enviada en expedición internacional, Isabel Zendal. “Balmis creó una red de medicina preventiva. Organizó las Juntas Vacunales, independientes de la red sanitaria, que contaban con la subvención de la Corona. La vacunación era gratuita bajo una condición, que continuasen inoculando antes de que se secaran las pústulas del último vacunado, que solían hacerlo en 15 días. No se podía romper la cadena”, afirma Fojón.
Aunque los verdaderos héroes fueron los 22 niños que viajaron con la vacuna en su organismo, incluido el hijo adoptivo de Isabel Zendal, rectora del orfanato gallego de donde procedían la mayoría. “Se les vacunaba por parejas y se les vigilaba para que no se contagiasen. Los 22 fueron sustituidos por niños criollos tras cruzar el Atlántico. En uno de los saltos entre las islas caribeñas la falta de niños hizo que Balmis recurriera a 3 niños esclavos para poder continuar con la misión. Todos posibilitaron la inmunización de millones de personas”, cuenta Fojón.
La Expedición Balmis, como también se la conoce, cambió la medicina y la mentalidad de dirigentes y personal sanitario. El mismo Edward Jenner dijo de ella: “no me imagino que en los anales de la historia se refleje un ejemplo de filantropía tan noble y extenso como este”. “No le hemos hecho suficiente justicia”, concluye Salvador Fojón.
Durante los tres años que duró la expedición, se estima que vacunaron a más de 500.000 personas en los territorios de Hispanoamérica, Canarias, Filipinas e incluso China.
La erradicación de la viruela se anunció en 1979.
Discípulos de Jenner
Edward Jenner fue fuente de inspiración para los padres de vacunas venideros. A algunos hasta les contagió su espíritu altruista.
El francés Louis Pasteur no patentó sus vacunas contra la rabia, el cólera aviar o el ántrax, aunque el desarrollo y comercialización de la última encendió la mecha de la polémica entre propiedad industrial y bien público. En 1853, Pasteur patentó su método para fermentar cerveza y levadura (US 141072A y US 135245A), considerado por expertos en PI como la primera patente que cubrió un microorganismo.
El español Jaime Ferrán y Clúa tampoco protegió las vacunas que desarrolló para combatir el cólera, el tifus o la tuberculosis (perfeccionando en esta última los avances de Robert Koch). Solo protegió por patente mecanismos para fabricar pantallas para producir luz incandescente (ES 15074), fabricar cilindros fonográficos (ES 23700) y aprovechar los restos de jabón en el agua (ES 26982).
A mediados del siglo XX, al norteamericano Jonas Salk le preguntaron en televisión “¿Quién es el propietario de la vacuna contra la polio?” Su respuesta: “¿Puede patentarse el sol?” El papel de buen samaritano quedó empañado cuando se reveló que había intentado patentarla y que descartó hacerlo cuando supo que no cumplía todos los requisitos legales para ello.
Quien sí fue un pro-patentes desde el inicio fue Maurice Hilleman. Gracias a su investigación (y la financiación generada por los resultados de la misma), la humanidad combate enfermedades como el sarampión, las paperas, la varicela, la rubeola o las hepatitis A y B.
Patentar o no patentar… ¿es esa la cuestión? Quizás la cuestión sea equilibrar, cual madre naturaleza, el ideal de la ética altruista con la ética reinversión de los beneficios. Disfruten de la polémica.
Agradecimientos: Este artículo ha sido posible gracias a la colaboración y aportación gráfica de Salvador Fojón, miembro de la Sociedad Geográfica Española.