20.000 Leyendas de patentes submarinas

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La fascinación por sumergirse en el (todavía) desconocido abismo marino se remonta a los tiempos de la Grecia clásica, por lo menos para quienes integramos lo que se conoce como cultura occidental. Las limitaciones de los medios helenos provocaron que la atracción por las profundidades acuáticas quedase relegada a la mitología y al buceo de forma individual. No fue hasta la llegada del siglo XIX cuando la conquista submarina se convirtió en algo serio y esencial para la humanidad.

El gran siglo de los cambios había traído consigo la industrialización, que, a su vez, llegó acompañada de la modernización en la explotación de los recursos naturales. El agua, nuestro bien más preciado, fue el objeto de deseo de dos perfiles científicos muy distintos: los que se empeñaron en crear artilugios para provocar lluvias y los que se centraron en desarrollar un nuevo tipo de navegación bajo la superficie para explorar yacimientos inaccesibles hasta el momento. La llegada del submarino brindó un amplio abanico de posibilidades para sectores tan dispares como la pesca, la industria, la ciencia o la política. Incluso, la cultura fantaseó con las cualidades de la nave y le otorgó otras tantas adicionales.

El mundo del entretenimiento ha propiciado que los sumergibles más populares en la actualidad sean foráneos y ficticios, como el Nautilus de Julio Verne o el amarillento de The Beatles. No obstante, los reales y pioneros fueron españoles por los cuatro costados. Y, nunca mejor dicho, ya que al invento se le reconocen cuatro padres. Es cierto que, hasta hace bien poco, la lucha de egos submarinos se ha reducido a dos contendientes: Narcís Monturiol e Isaac Peral. Pero, a estas alturas, apoyar tal bipartidismo sería pecar de reduccionistas. Cuestiones de marketing a un lado, desvelemos el grano de arena aportado por cada uno de nuestros cuatro “buceadores” visionarios. Esta es la historia de un riojano, un catalán, un murciano y un gallego.

El Gran Olvidado y Desconocido

Solicitud del privilegio de invención firmada por Cosme García
Solicitud del privilegio de invención firmada por Cosme García.1

A pesar de lo poco fructífera que es la hemeroteca relacionada con su figura, el papel de Cosme García en la historia del submarino va ganando notabilidad con las sucesivas revisiones de los acontecimientos. El rescate de sus avances le ha hecho valedor del status de precursor en la fiebre por la navegación bajo el agua en España. Este riojano de origen humilde hizo sus primeros pinitos como inventor autodidacta a mediados del siglo XIX. En su Logroño natal, desarrolló múltiples inventos que le reportaron suculentos beneficios, como una escopeta, una máquina para franquear cartas o una imprenta portátil. En 1857 visitó Barcelona y se produjo su primer contacto con el mar. La experiencia originó su idea para construir un aparato sumergible.

Corría el verano de 1859 cuando Cosme solicitó el privilegio de invención (antiguo nombre que recibían las patentes) por cinco años para su Garcibuzo (Nº ES 1923). Fue concedido en mayo de 1860 y en agosto de ese mismo año, el submarino debutó ante el público en Alicante. El día del estreno, el considerado como primer y gran olvidado submarino español, lució un casco de chapa de hierro con unas medidas de 5,7 metros de largo, 1,75 de ancho y 2,25 de alto. La atenta mirada de los allí congregados fue testigo de la zambullida que tuvo a Cosme García en el agua durante tres cuartos de hora. La prueba puso al riojano por delante de su competidor más directo y mediático: el catalán Monturiol, cuyo Ictíneo I no debutó hasta 1861.

El Garcibuzo se ganó al público en el puerto alicantino y a la reina Isabel II, en la corte madrileña. Lamentablemente, el sinfín de conflictos bélicos que España encadenaba en aquellos años jugó en contra de la financiación del proyecto. Ni había dinero para inventivas, ni destinar fondos para I+D era primordial con tanta colonia revolucionada. ¡Qué poco ha cambiado la historia para nuestros inventores!

Patente francesa de Cosme García
Boceto incluido en la patente francesa de Cosme García.2

Ante la imposibilidad de subvención patria, el riojano dejó España en 1861 para intentar darle salida a su submarino en la vecina Francia. Napoleón III mostró interés y ofreció financiación, pero en esa ocasión fue el propio Cosme quien se retiró al poco de patentar la invención en territorio galo, bajo el nombre, “Bateau plongeur” (Nº FR 49388). A la vuelta de su peculiar tour francés, lo único que encontró el padre del Garcibuzo fue un cúmulo de deudas originadas por los préstamos solicitados en años anteriores. Nunca recuperó la notoriedad y, al igual que muchos otros talentos, acabó sus días en 1874 sumido en la más absoluta pobreza.

Inmersiones Paralelas

Submarino Ictíneo I de Narcís Monturiol
Ictíneo I

Volvamos a 1861. Mientras Cosme García tanteaba terreno francés, Narcís Monturiol emuló los pasos del riojano en el puerto de Alicante. Tras el éxito cosechado en varias pruebas realizadas en la playa de la Barceloneta, en la Ciudad Condal, el político-periodista-empresario-inventor llevó su Ictíneo I a la Costa Blanca para exhibirlo ante políticos y militares (un distinguido público, con el que no contó García).

El barco pez de Monturiol llamó la atención por presentar un casco de madera tan resistente como impermeable. En un principio, la nave había sido creada para facilitar la pesca, después de que el propio inventor fuese testigo de la precaria situación de los pescadores de coral en Cadaqués. De ahí, que contase con un sistema de maniobra y recolección de objetos y otro de iluminación del exterior.

Tal y como había sucedido con el Garcibuzo, al Ictíneo I también le fue concedida audiencia con la reina Isabel II. La historia también se repitió en la negativa obtenida en cuanto la conversación abordó el tema del dinero.

El elemento diferenciador en tal paralelismo fue que, gracias a los contactos que mantenía como político, empresario y periodista, Monturiol no tuvo que recurrir a la financiación extranjera. Descartado todo tipo de apoyo por parte de la Administración, el inventor escribió una carta a la ciudadanía para recaudar fondos, algo que podríamos considerar como un antepasado del micromecenazgo. La contribución popular alcanzó los 300.000 reales, que fueron utilizados para construir el Ictíneo II, que debutó en 1865. El modelo pasó a los anales de la navegación como el primer submarino que estaba propulsado por vapor y que integraba un motor anaeróbico (que no necesitaba oxígeno atmosférico para la propulsión). El añadido posterior de un cañón giratorio cautivó a los perfiles más bélicos.

Submarino Ictíneo II de Narcís Monturiol
Ictíneo II

El sumergible tenía todos los elementos necesarios para triunfar, pero, lamentablemente, se cumplió el dicho “segundas partes nunca fueron buenas”. Las trabas financieras lo convirtieron en un modelo maldito de muy corta vida. En 1868, el Ictíneo II fue desguazado y Monturiol se retiró definitivamente de la carrera submarina para reincorporarse a la vida política, como socialista utópico. En 1885, murió cerca de Barcelona tan arruinado y olvidado por sus coetáneos como su colega riojano.

A partir de ese momento, la historia empezó a fijar sus preferencias. El bagaje sociocultural de Monturiol, unido a su carisma, destreza con los medios de comunicación y las tácticas de promoción, consiguieron que su trabajo acabase gozando de mayor repercusión mediática y, por ende, eclipsando la labor de Cosme García. Y eso que el catalán nunca patentó sus navíos buceadores. Quizás, de haberlo hecho, hubiese evitado la ruina. Por increíble que parezca, el único registro en materia de patentes que dejó el (primer) genio de Figueres para la posteridad fue una máquina para liar cigarros (Nº ES 4.221) que vendió a la Fábrica de Tabacos.

Buceando en Tiempos de Guerra

La muerte de Cosme García y la retirada de Narcís Monturiol parecían presagiar el final de la conquista submarina por parte del ingenio español. Afortunadamente, nuevas figuras evitaron que el trabajo de los pioneros quedase relegado a meras piezas de museo. Llegamos a la parte del relato en la que un gallego y un murciano recogen el prestigioso testigo. Naveguemos de norte a sur.

La figura de Antonio Sanjurjo, nacido en la localidad coruñesa de Sada en 1837, destaca por su perfil humilde y artesanal. Siendo adolescente, emigró a Cuba donde despuntó como herrero y calderero. La aventura caribeña le duró seis años. En 1860, decide volver a Galicia y se asienta en Vigo, cautivado por el auge industrial de la ciudad.

A los pocos meses, Sanjurjo puso en marcha su faceta emprendedora adquiriendo los talleres de la empresa La Fundidora, a la que rebautizó como La Industriosa. La factoría alcanzó su esplendor en la década de 1880. Un esplendor que propició, en gran parte, el reconocimiento Real obtenido un año antes: la Cruz de Carlos III, concedida por Alfonso XII. El gesto hizo que el prestigio de las innovadoras máquinas y calderas de vapor, cocinas, estufas, farolas y maquinaria naval que producían traspasara los límites locales. La fama de Antonio Sanjurjo aumentó de igual modo. En aquellos años, el exitoso empresario entabló amistad con el escritor francés Julio Verne, quien recurrió al fundador de La Industriosa para reparar alguno de sus yates. No se sabe a ciencia cierta si fue la compañía literaria o el conflicto bélico entre España y Estados Unidos, a raíz de Cuba, lo que despertó la curiosidad por los sumergibles en el gallego. Lo que sí ha trascendido es que su final de siglo estuvo marcado por el estudio de la navegación submarina.

Patente submarino Antonio Sanjurjo
La “Boya Lanzatorpedos” de Antonio Sanjurjo en la actualidad.3

En 1898, el imperio español estaba al borde del colapso en tierras americanas por culpa de la tercera Guerra de Cuba. A comienzos de ese mismo año, Antonio Sanjurjo se encerró en su peculiar ecosistema de talleres de fundición y astilleros para ultimar su prototipo de submarino… o como él mismo calificó, “boya lanzatorpedos”. Con tal nombre, es innegable la naturaleza militar del aparato. El ingeniero lo ideó con la defensa de la ría de Vigo ante un posible ataque por parte de la flota estadounidense en mente. El minisubmarino de propulsión manual llamó la atención por su casco en forma de “T”, cuyo brazo vertical daba cabida a 3 personas -colocadas de forma muy incómoda, eso sí. El 12 de agosto de 1898 fue probado en aguas del Atlántico, donde completó con éxito varias maniobras de inmersión, de duraciones comprendidas entre los 45 y los 90 minutos. A pesar de los buenos resultados, la nave defensora nunca consumó su propósito debido al alto el fuego derivado de las negociaciones entre España y Estados Unidos celebradas esa misma quincena de agosto.

1898 fue un año fatídico para lo español. Submarinos incluidos. La mala suerte y el rechazo gubernamental frustraron la última oportunidad del Garcibuzo para recuperar la gloria perdida. De nuevo, la Guerra de Cuba sirvió de reclamo para que Enrique García, vástago de Cosme García ofreciese la creación paterna al gobierno español y este lo utilizase en estrategias navales. Cabe recordar que el submarino llevaba amarrado en el puerto de Alicante desde la exhibición de 1860. Su presencia no era del agrado de las autoridades portuarias, quienes habían empezado a reclamar el pago de los impuestos correspondientes. No cabe duda que la iniciativa de Enrique era una buena oportunidad para recuperar la nave, oxigenar la economía familiar y restaurar el prestigio del progenitor… en la teoría. En la práctica, fue un rotundo fracaso. El poder ejecutivo no mostró interés alguno en la ofrenda, lo que hizo que las notificaciones portuarias siguieran acumulándose. La paciencia del hijo se agotó. Ni corto ni perezoso, Enrique se dirigió al puerto y hundió el invento para toda la eternidad. Nunca fue recuperado.

El rechazo institucional fue una constante piedra en el camino de nuestros pioneros submarinos. Hasta la gran estrella del gremio, Isaac Peral, tuvo sus más y sus menos con los gobernantes. Y eso que, en su caso, la condición de militar de la que disfrutaba puede llevar a pensar que lo tenía todo a su favor para calar hondo en las conciencias de los dirigentes. Ni por esas.

El cartagenero inició su gran romance con el mar en 1866, año en el que ingresó en la Armada. El entorno militar no solo le permitió conocer medio mundo a bordo de varios tipos de navíos, sino que, además, le proporcionó una formación técnica excelente. Sin embargo, y por sorprendente que parezca, no fue el bagaje acumulado lo que encaminó la carrera científica de Isaac Peral hacia el fondo submarino, sino un problema de salud.

En 1881, durante una misión en Filipinas en la que actuó como ingeniero naval, cayó enfermo de gravedad por culpa de un accidente ocurrido en la barbería del cuartel. El corte de la verruga que tenía en una sien, en principio una herida superficial, acabó complicándose hasta el punto de obligarle a llevar la cabeza vendada a todas horas. Como la cura no terminaba de producirse, los mandos de la misión decidieron que Peral regresara a España para tratarse con todas las garantías sanitarias de la época. El retorno culminó en Cádiz en 1882. Fue en la Escuela de Ampliación de Estudios de la Armada de la ciudad andaluza donde compaginó el rol como profesor de Física, Química y Matemáticas con sus primeros estudios sobre navegación submarina.

El hombre predestinado a convertirse en nuestro militar-científico-inventor-docente más laureado del XIX, empleó los meses siguientes en diseñar el primer submarino militar propulsado por energía eléctrica.

Los planos de la nave se mantuvieron a buen recaudo hasta 1885, año en el que la crisis de las Islas Carolinas que enfrentó a España y Alemania sacó el ambicioso proyecto a la superficie. Los acuerdos diplomáticos impidieron que el enfrentamiento entre ambos países se tradujese en guerra, lo que hizo que el submarino no tuviese oportunidad de entrar en combate. Sin embargo, y para variar, el Ministerio de Marina del gobierno de Cánovas del Castillo dio luz verde para empezar a construirlo. El Submarino Peral, tal y como fue bautizado, fue toda una realidad en septiembre de 1888.

El sumergible de acero, alimentado por baterías eléctricas, y dotado de doble hélice y un tubo lanzatorpedos consagró al inventor al instante. Otras importantes novedades que presentaba fueron el periscopio con corredera eléctrica y la regeneración del aire por medio de un motor, también eléctrico. El acumulador eléctrico del submarino y sus correspondientes mejoras fueron patentados por el inventor (Nº ES7.073, ES7.079 y ES10.582). A la botadura en aguas gaditanas, le sucedieron otras inmersiones exitosas -con pruebas de disparo incluidas para constatar el potencial en ataque del buque- realizadas en los veranos de 1889 y 1890.

De nuevo, el maldito sino jugó en contra de la parte inventora. Aunque no hay registro sobre ello (o se encargaron muy bien de que no trascendiese), algo ocurrió en 1890 para que, en pleno pico de popularidad, el creador pasase de las luces a las sombras y su submarino fuese considerado inviable por las mentes brillantes del gobierno de turno. España celebró el nacimiento y el entierro del activo militar más avanzado de la época en tiempo récord. La gran autoestima de la madre patria envió a Peral al banquillo, junto a García, Monturiol y Sanjurjo.

El revés retiró al cartagenero de la vida militar de forma definitiva, pero no de la invención. Tras pasar fugazmente por el mundo de la política en 1891, se entregó por completo al campo de la electricidad, donde su espíritu emprendedor cosechó nuevos logros a través de la compañía, Electra Peral-Zaragozana. En la última etapa de su vida, Isaac Peral inventó y patentó un ascensor eléctrico automático y un proyector de luz, entre otros. Un cáncer de piel apagó su genio en 1895.

A Título Póstumo

Siempre se ha dicho que España es un país que entierra muy bien. El reconocimiento post mortem de nuestros cuatro “buceadores” es buen ejemplo de ello. Pese a haber tenido la gallina de los huevos de oro en sus manos durante décadas, España no incluyó los submarinos en su Armada hasta 1915. La Ley Miranda del citado año incorporó 16 unidades a nuestra flota, todas ellas adquiridas a países extranjeros, para más inri. Quizás, para compensar la torpeza, nuestra fuerza naval honró a tres (aún tienen una pequeña deuda pendiente con Sanjurjo) de los cuatro hombres que tanto aportaron a su modernización, bautizando sumergibles en su memoria. En poco más de 100 años, dicha iniciativa ha puesto el nombre de Isaac Peral a 4 submarinos, Monturiol empata con otros 4 y les sigue Cosme García, con 3.

A lo anterior, la figura de Isaac Peral suma una notable presencia en el callejero de decenas de ciudades españolas, así como homenajes y exposiciones monográficas que se suceden de forma periódica en su Cartagena natal, donde sus restos descansan desde 1911, y en la localidad gaditana de San Fernando.

El legado de Monturiol vivió un ligero repunte en 1891, cuando su obra titulada “Ensayo sobre el arte de navegar por debajo del agua” fue publicada. La figura cayó de nuevo en el olvido hasta 1972, cuando los restos del inventor fueron llevados a Figueres y se le dedicaron estatuas y calles.

La relevancia de Cosme García tiene su epicentro en Logroño. Esencial para la Casa de las Ciencias de la capital riojana, donde también cuenta con una plaza y un instituto a su nombre.

Tras su muerte en 1922, Antonio Sanjurjo fue nombrado hijo predilecto de Sada y Vigo le dedicó una calle. La gran labor de conservación llevada a cabo por sus descendientes ha posibilitado que todo visitante del Museo do Mar de Galicia (Vigo) pueda contemplar, en pleno siglo XXI, la “boya lanzatorpedos” tal y como fue creada.

La apertura de miras que no tuvieron las administraciones sí la ha tenido el paso del tiempo, que, como buen justiciero, se ha encargado de poner a todos en su lugar y reflotar una de las grandes (y poco reivindicadas) aportaciones realizadas por la inventiva española al progreso mundial.


1,2 Cortesía del Ministerio de Industria, Comercio, Turismo. Oficina Española de Patentes y Marcas, O.A. Archivo. Fondo Histórico, P7506
3 Foto cortesía del Museo do Mar de Galicia (Vigo).

Este artículo ha sido posible gracias a la colaboración y aportación gráfica de las siguientes instituciones: Ministerio de Industria, Comercio, Turismo. Oficina Española de Patentes y Marcas, O.A.  Archivo. Fondo Histórico, P7506; Casa de las Ciencias de Logroño, que nos ha facilitado el libro “Cosme García, Un Genio Olvidado” (A.R. Rodríguez), en lo relacionado con la figura de Cosme García y el Museo do Mar de Galicia (Vigo), en lo relacionado con la figura de Antonio Sanjurjo.

Jorge Domínguez
Business Development Assistant - ABG-IP
Jorge se incorporó a ABG Intellectual Property en 2019. Su experiencia laboral ha estado siempre ligada a la creación de contenidos, tanto en medios como en agencias de comunicación. Además, cuenta con una trayectoria como autor literario y musical. Es autor de las novelas, “Los Chicos del Parque” (2017) y “Condenados a Entenderse” (2019), y ha lanzado su primer álbum, “Domine”, en 2020.
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